La Tesis de Cassiciacum, expuesta por el Padre Guérard des Lauriers, a diferencia de las otras dos modalidades de sedevacantismo (el totalista y el conclavista), no considera que la ruptura estructural en la Iglesia con el Vaticano II haya sido absoluta. Canónicamente, y esto es cierto, hay una continuidad legal entre Pío XII y Juan XXIII, es decir, no existió un quiebre estructural de la Iglesia ni se fundó o separó una nueva «iglesia» o secta, herética y/o cismática, como sí sucedió con Lutero o Enrique VIII. Desde un punto de vista legal, los herejes del Vaticano II retienen las archidiócesis, diócesis, metrópolis, parroquias etcétera, bajo la titularidad aparente de la Iglesia Católica.
Si Juan XXIII y sus sucesores –muy especialmente a partir de Pablo VI, ya que, desde la clausura solemne del Vaticano II en 1965, existe una intención objetiva permanente por él y sus sucesores de vincular a los fieles con la herejía– no gozan de autoridad para gobernar la Iglesia y enseñar a los fieles (y por lo tanto, no son verdaderos Papas), no es por una cuestión legal o de Derecho canónico, sino por razones teológicas (la incompatibilidad entre la autoridad papal y la indefectibilidad de la Iglesia con la herejía). Es decir, no se niega que Juan XXIII o Pablo VI tuvieran el derecho a ser Papas, y que éste haya sido transmitido a sus sucesores, sino que dicho derecho no pudo desplegar los efectos que le son propios por una imposibilidad teológica. Los cardenales de Pío XII eligieron a Juan XXIII, y legalmente de ellos viene la jerarquía que vemos en nuestros días. Sin embargo, al igual que en una herencia, la persona fallecida pudo haber impuesto a tal heredero una determinada condición para que su derecho como heredero despliegue todos sus efectos cuando dicha condición se realice; cosa parecida sucede hoy en la Iglesia, han recibido el derecho, pero por sus herejías magisteriales, Dios no puede darles la autoridad para imponerlas y gobernar la Iglesia. Así pues, todos los supuestos Papas del Vaticano II han mantenido, promovido o ahondado en el Conciliábulo, manifestando claramente su adhesión al mismo y a sus herejías; consolidándolo con magisterio igualmente herético y cortado por la misma matriz neomodernista. Que las enseñanzas de un Papa sean sustancialmente católicas, es una condición para que dicho Papa tenga autoridad.
¿Y cuándo el sucesor papal pertinente volverá a tener autoridad? ¿Cuándo volveremos a tener un verdadero y legítimo Papa? Cuando «Roma vuelva a la Fe», como decía el Arzobispo Marcel Lefebvre. En ese momento desaparecerá el obstáculo que impide a un Jorge Mario Bergoglio tener autoridad en la Iglesia, cuando se rechace el Vaticano II y el magisterio herético posterior.
Todo lo que nos viene del Vaticano desde al menos Pablo VI, es papel mojado, no estamos vinculados a ello, pero no porque se pueda estar cincuenta años recusando el Magisterio de los Papas o, incluso, un Concilio general y la misma disciplina sacramental universalmente impuesta por la Iglesia, sino porque estos hombres carecían de autoridad, y por lo tanto no podían hacer cuanto hicieron. Ellos no eran la Iglesia.
En el fondo es la postura del Arzobispo Lefebvre desarrollada y perfeccionada. Reconocer (hay una continuidad legal en el Vaticano) y resistir (no sucumbimos ante la estructura vaticanosegundista porque teológicamente no es la Iglesia Católica). Ni neogalicanismos que lleven a una rebeldía constante contra las autoridades legítimas de la Iglesia en cuestiones vinculantes (lo que sería materia de pecado y a la postre una concepción eclesiológica cismática y herética), ni la negación tácita de la visibilidad de la Iglesia y de la posibilidad real de que se pueda solucionar canónicamente esta situación; ni, finalmente, acabar –sin jurisdicción ni cardenales– eligiendo un Papa en un garaje.
Respondiendo a la cuestión del una cum; si se puede o no citar a un Papa legal, aunque ilegítimo, en el canon de la Misa, en principio la respuesta es negativa, porque nos estaríamos uniendo en la Misa a una falsa iglesia que usurpa a la Iglesia Católica. Sin embargo, y como el propio Padre Guérard des Lauriers sostenía (1), no sería una incompatibilidad total para el fiel. Por un lado y, aunque los fieles den en principio asentimiento a lo que hace el sacerdote en la Misa, el fiel podría oponerse internamente a que se cite al falso Papa, en un contexto en el que no tiene mejores opciones para asistir. Así lo entendió la Iglesia en numerosos casos en los que notorios herejes como Nestorio; usurparon puestos de autoridad, y siguieron siendo citados en el canon hasta su excomunión formal. Mientras esa excomunión no tuvo lugar, y dado que los fieles de la jurisdicción de Nestorio no podían, en muchos casos, asistir de otro modo a la Santa Misa, parece ser que es posible la asistencia y el culto a Dios citándose en el canon a un hereje que, sin embargo, legal y públicamente, sigue ocupando un cargo eclesiástico a efectos canónicos.
En principio, no existe constancia de que la Iglesia haya reprobado la conducta de aquellos fieles que, antes de que hubiera una excomunión declarada sobre Nestorio (o el hereje de turno), asistían en sus diócesis con sacerdotes que nombraran al hereje en el canon. Esto supone una aceptación tácita por parte de la Iglesia de la licitud de dicha práctica, ya que si la incompatibilidad hubiera sido absoluta, y el fiel cometiera una grave falta actuando así, deberíamos de tener constancia de la condenación, en algún momento, de esta praxis por parte de la Iglesia (ya que se dio históricamente en no pocas ocasiones, además de la ya citada de Nestorio).
Además, ningún Papa, ni siquiera ningún teólogo, realmente previeron una situación como la actual, ni establecieron cómo debían actuar los fieles católicos ante esta cuestión tan compleja. La regla general implica mantener la Fe Católica con obispos y sacerdotes que rechacen la herejía. La no legitimidad de la asistencia a la Misa una cum, tal y como se ha dado la presente crisis, conllevaría una reducción enorme de los ya pocos sacerdotes católicos, en cuanto a que esta decisión atañe a la recepción de sacramentos, lo que conllevaría unas consecuencias nefastas para el fiel católico. No olvidemos que, en esta supuesta parte problemática del una cum, el sacerdote la reza en voz baja durante la Misa y los fieles generalmente no saben (salvo que lo manifieste públicamente), si el sacerdote de turno reza o no la Misa una cum.
Otra cuestión es la exagerado rechazo de muchos obispos y sacerdotes sedevacantistas a la asistencia una cum, considerando incluso como cismáticos a aquellos sacerdotes y obispos que, manteniendo la Fe Católica, no solamente rezan la Misa una cum sino que consideran que no es una disyuntiva de importancia capital para la Fe, lo que ellos denominan como "opinionistas". En efecto, si tales sacerdotes fueran cismáticos en el sentido canónico de la palabra, entonces se les exigiría, al reconocer la vacancia de la Sede apostólica, que abjuraran de su error y fueran recibidos de nuevo en la Iglesia. Sin embargo, nunca ha sido la práctica de ningún obispo o sacerdote sedevacantista exigir esta abjuración del error de cualquier sacerdote que en un momento reconocieron erróneamente a los usurpadores modernistas como verdaderos Papas.
En conclusión, desde una óptica en la que se entiende que hay una continuidad legal después de Pío XII en Juan XXIII y sus sucesores, resulta un mal objetivamente menor que estos sean citados en el canon de la Misa a que si, como afirma el sedevacantismo radical, ni continuidad legal quedara todavía en el Vaticano y sus derechos no superaran –en el fondo– a los de una secta luterana. En nuestros días, el una cum, supone un mal tolerable para el fiel a la hora de asistir a la Santa Misa.
Notas:
1- De la entrevista a Guérard des Lauriers de la revista Sodalitium (Nº13), así afirmaba el teólogo dominico autor de la Tesis de Cassiciacum: «El segundo considerando que puede suspender la norma de derecho (no asistir a la Misa “una cum”), proviene de la situación actual. Puede suceder que los fieles no tengan en la práctica otro medio de comulgar que el de asistir a una Misa una cum. Ahora bien, si es posible vivir y crecer en el estado de gracia sin comulgar, tal privación no está exenta de dificultad ni tampoco a veces de peligro. Y de la misma manera que la Iglesia siempre ha admitido que en peligro de muerte se puede recurrir a un confesor incluso excomulgado; ¿no conviene recurrir a una Misa una cum para participar al Sacrificio y comulgar? Pío XII lo recordó con autoridad: en la Iglesia militante la salvación de las almas constituye la finalidad de las finalidades. La asistencia a la “Misa una cum” puede entonces ser objeto de un caso de conciencia».