Una de las herejías más expresas del conciliábulo Vaticano II es la constante afirmación de que las falsas religiones son buenas e incluso salvíficas y santificadoras, o que los herejes cismáticos orientales y los herejes protestantes que pertinazmente rechazan la Fe Católica, pueden encontrarse en el camino de salvación. Según el conciliábulo, la Iglesia de Cristo no sería sólo la Iglesia Católica, sino que abarcaría un concepto más amplio en el que se encuentra casi cualquier secta protestante. Básicamente se niega la identificación total entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia Católica (incluyéndose al protestantismo como parte de la Iglesia de Cristo), y el hecho de que sólo por la Iglesia Católica puede el hombre salvarse. Los herejes que redactaron los textos, emplearon a menudo –deliberada y maliciosamente– expresiones muy ambiguas rodeadas de buenismo en las que cabe casi cualquier interpretación, pero en ocasiones les es inevitable, para hacer su Revolución, incurrir en herejías explícitas, como las que acabamos de mencionar.
Es dogma de Fe que la Iglesia Católica es equivalente al Arca de Noé, fuera de la cual no fue posible la salvación. A continuación, expondremos algunas declaraciones dogmáticas y enseñanzas infalibles de la Iglesia –cuyo rechazo implica herejía– por las que se ha definido y expresado esta doctrina a lo largo de los siglos.
Papa San Gregorio Magno, citado en Summo Iugiter Studio, 590-604: «La santa Iglesia universal enseña que no es posible adorar verdaderamente a Dios excepto en ella, y asevera que todos los que están fuera de ella no serán salvos».
Papa Inocencio III, IV Concilio de Letrán, Constitución 1, 1215, ex cathedra: «Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo».
Papa Bonifacio VIII, Unam Sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra: «Por apremio de la Fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados. (…) Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación para toda criatura humana».
Papa Clemente V, Concilio de Vienne, decreto 30, 1311-1312, ex cathedra: «Puesto que hay tanto para regulares y seglares, para superiores y súbditos, para exentos y no exentos, una Iglesia universal, fuera de la cual no hay salvación, puesto que para todos ellos hay un solo Señor, una Fe, un bautismo…».
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: «Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la Fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre».
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cathedra: «[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica».
Papa Gregorio XVI, Mirari vos, 15 de agosto de 1832: «Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola Fe, un solo bautismo (Ef. 4, 5), entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo (Luc. 11, 23) y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan Fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha (Credo Atanasiano)».
Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 2, Profesión de Fe, 1870, ex cathedra: «Esta verdadera Fe católica, fuera de la que nadie puede ser salvo, que ahora voluntariamente profeso y verdaderamente mantengo…».
Papa Pío XI, Mortalium Animos, 6 de enero de 1928: «Sólo la Iglesia Católica es la que conserva el culto verdadero. Ella es la fuente de la verdad, la morada de la fe, el templo de Dios; quien quiera que en él no entre o de él salga, ha perdido la esperanza de vida y de salvación».
En definitiva, a diferencia de lo que enseña el conciliábulo, hay que ser católico para salvarse. Este cambio sustancial en la doctrina prueba que estamos ante una falsa iglesia usurpadora tras el Vaticano II.
Dicho lo cuál, sería herético afirmar que Dios predestina a la gente al Infierno. Como señalaba Santo Tomás, si un pagano que no ha podido conocer la Fe, hace lo que puede para obrar bien y en conformidad con la ley natural, Dios le enviará un misionero para que pueda convertirse, o en última instancia podrá –por medio de una revelación sobrenatural– darle a conocer la Sagrada Religión, para que pueda morir como católico y en el seno de la Iglesia. Lo explicó así el eminente teólogo Francisco de Vitoria:
«Cuando postulamos la ignorancia invencible sobre el tema del bautismo o de la Fe cristiana, no se desprende que una persona pueda salvarse sin el bautismo o la Fe cristiana. Porque los aborígenes, a quienes no ha llegado la predicación de la Fe o la religión cristiana se condenarán por los pecados mortales o por la idolatría, pero no por el pecado de incredulidad (haber rechazado la Fe). Sin embargo, como dice Santo Tomás, si hacen lo que pueden, acompañado de una buena vida de acuerdo con la ley de la naturaleza, es coherente con la providencia de Dios, que Él les iluminará el nombre de Cristo».