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El llamado «árbol de Navidad»

Similar a lo que sucede con Halloween, el antes llamado «árbol del universo» y ahora «árbol de Navidad» tiene un origen druídico que buscaba celebrar el cumpleaños de uno de sus dioses adornando un árbol perenne, coincidiendo en cercanía con la fecha de la Navidad cristiana, para tratar de eclipsar ésta. Este árbol simbolizaba al árbol del universo, tenía el nombre de Divino Idrasil (árbol del universo: Yggdrasil), en cuya copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); y en las raíces más profundas estaba Helheim (el infierno o reino de los muertos).

Este excesivo simbolismo es mucho más propio de la tradición pagana que de la cristiana, donde las verdades de la Fe se han transmitido en la cultura y en el arte, por lo general, de modo mucho más concreto y menos alegórico. Por ello, resulta muy forzada la explicación de algunos católicos que pretenden ligar el «árbol de Navidad» a San Bonifacio mediante una serie símbolos que vendrían a estar representados en los elementos decorativos del «árbol de Navidad». Esta explicación parece que no es acorde a la realidad histórica y que da un salto de varios siglos, omitiendo la verdadera propagación del «árbol de Navidad» que salta, directamente, del paganismo al protestantismo.

Tras el rechazo inicial en el ambiente católico, no fue hasta la ruptura protestante cuando se reintrodujo el «árbol de Navidad», probablemente rescatando estas viejas prácticas paganas que habrían permanecido en el brumoso ambiente germánico —como igualmente sucede con Halloween— desprovistas de su significación original. De hecho, se atribuye al propio Martín Lutero la recuperación de esta práctica y se le reconoce como «padre del árbol de Navidad». Se cuenta que Lutero regresaba a Wittenberg y quiso recrear, adornando con pequeñas velas un abeto doméstico fruto de la impresión que tuvo al observar los árboles helados del bosque resplandeciendo bajo la luz de las estrellas.

Otros, más escépticos, sostienen que no hay una datación real del origen del «árbol de Navidad». Así el ensayista Bernd Brunner afirma que «el árbol de Navidad es un invento» en un libro que se titula justamente: La invención del árbol de Navidad. Según sus investigaciones, ningún texto de historia da cuenta de una fecha de nacimiento exacta de la ahora central pieza del decorado navideño. No obstante, las más antiguas pruebas documentales de la presencia de un «árbol de Navidad» provienen del suroeste del espacio lingüístico germano, sobre todo de zonas protestantes.

Desde la alsaciana Sélestat (Schlettstadt, en alsaciano y alemán) se ha transmitido hasta nuestros días la noticia de que personas notables de la localidad adornaron un árbol con manzanas y obleas, que luego podían ser degustadas el Día de Reyes.

Lo cierto es que, se crea o no en la historia de la invención por parte de Lutero del «árbol de Navidad», es innegable que su arraigo y exportación viene claramente del ambiente y entorno protestante. Y es que la costumbre se arraigó entonces en Alemania y los países escandinavos en los siglos XVI y XVII y de allí paso a Inglaterra: primero fueron los usurpadores de la casa de Hannóver, Jorge «III» (y sobre todo su esposa Carlota).

Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII cuando comenzó a penetrar en el ámbito católico, fruto de familias de reciente conversión del protestantismo. Así llega a Francia, de la mano de la reina consorte, esposa de Luis XV, María Leszczyńska. Posteriormente fue introduciéndose, poco a poco, en los hogares católicos de la aristocracia. 

En España fueron los liberales quienes lo introdujeron por la década de 1870. Se sabe que fue gracias a la duquesa rusa cismática-oriental Sofía Sergeïevna Troubetzkoy, mujer de un líder liberal, José Isidro Osorio y Silva-Bazán. No obstante en España hubo grandes detractores de esta moda como Dolors Cos en 1930 o Ramón Violant en 1948 quejándose este último de que, mezclado entre los puestos de venta de figuras y adornos, también aparecieran árboles de Navidad.

En cualquier caso a nivel popular, no es hasta la época victoriana cuando el «árbol de Navidad» va ganando adeptos. De ahí procede la costumbre de adornar las casas con un abeto iluminado, tal y como mandó hacer Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha por primera vez en la Navidad de 1841, idea que copiaron rápidamente las clases altas del país al publicarse diferentes grabados de la «familia real» alrededor del árbol.

En España hay una cierta introducción del «árbol de Navidad» ya en los años 40 del pasado siglo, debido a las influencias del protestantismo cultural fruto de las simpatías hitlerianas. En cualquier caso, a nivel popular no comenzará a introducirse el «árbol de Navidad» en los hogares de los españoles hasta la década de los 70, gracias a la entrada de lleno del régimen de Franco en la sociedad liberal-capitalista pocos años atrás.

En el Vaticano el primer «árbol de Navidad» no se introdujo hasta el «reinado» de Juan Pablo II y desde 1982 cada año un país regala al Vaticano un «árbol de Navidad». Y es que no existe una sola fuente que asegure que el «árbol del universo» tenga una tradición originada en el cristianismo. Incluso la iglesia conciliar reconoce que el origen se remonta al paganismo naturalista.

También tuvo éxito el «árbol de Navidad» en el ambiente comunista. En la Unión Soviética el cuento El Árbol de Año Nuevo en Sokolniki – Lenin y los Niños habla de una celebración de Año Nuevo que se llevó a cabo en la Escuela Forestal de Sokolniki. Esta escuela dio asilo a hijos de revolucionarios, huérfanos de guerra, niños enfermos, vagabundos, etc. Allí se les instruía en la doctrina marxista. 

En conclusión, es claro que el «árbol de Navidad» resulta un cómodo símbolo para la Navidad laica y pagana que se impone hoy desde el sistema liberal y capitalista que impera en el mundo. Ocultando cada vez más el Nacimiento de Cristo, resulta un apropiado icono sustitutivo que la decadente sociedad consumista ensalza para ocultar la verdadera celebración de la Navidad. Así, con «Papá Noel» y otros elementos extranjerizantes de origen protestante y puramente mercantilista, las fiestas de Navidad en España y en otros países católicos se ven cada vez más despersonalizadas. Por ello debemos desechar el «árbol de Navidad» y otras conmemoraciones y celebraciones que implican un total choque cultural para los católicos y, en especial, para los católicos españoles. Debemos, pues, mantener vivo el catoliquísimo, tradicional y castizo Belén y tirar al vertedero o quemar en la hoguera toda contaminación falsamente navideña, europeísta luego extranjerizante y con olor a herejía.

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